El pudor de la lengua


Era la lengua viperina, impúdica y desatada. Solía ser amable, encantadora y jacarandosa cuando quería hacer nuevos amigos. Todos la admiraban cuando pletórica de elocuencia pronunciaba algún discurso estremecedor para beneplácito de su audiencia.

Las orejas eran sus principales admiradoras. Innumerables ocasiones con dulces y refinadas palabras había hecho rendir a sus pies a varias de ellas. Solía halagarlas al punto de dejar en ellas el placer que produce un nocturno de Chopin.

En múltiples ocasiones el gran monarca de los órganos, el cerebro, quiso hacerle ver que su nefasta actitud no le llevaría a nada bueno, que corría el riesgo de perder a todos sus amigos y que nadie querría volver a saber nunca más de ella. De hecho, algunos de sus amigos, que otrora le tenían en alta estima, comenzaron a alejarse poco a poco de ella, pues según decían, sus artificios no conocían límite cuando de herir, engañar o seducir se hacía propósito. No obstante, la lengua lo ignoraba todo acusando al cerebro de ser un viejo pretencioso y moralista.

La lengua era ambiciosa. Un día su sed de poder la llevó a querer engañar al rey de los órganos: el cerebro.

... (continuará)



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